vendredi 21 octobre 2016

Bruno Muel : Los guerrilleros no tenían miedo

Entrevista con el cineasta francés Bruno Muel 
que filmó los bombardeos de Riochiquito en 1965



Bruno Muel
Manuel Salamanca Huertas
En septiembre de 1965, dos jóvenes cineastas franceses, Bruno Muel y Jean-Pierre Sergent llegaban a Colombia. Por ese entonces, ya hacía más de un año que el gobierno del Frente Nacional de Guillermo León Valencia había declarado la guerra a los campesinos de Marquetalia arremetiendo contra las “repúblicas independientes”, el Plan LASO (Latin American Security Operation) elaborado por Washington estaba en marcha, Riochiquito era la siguiente etapa. Los cineastas lograron penetrar en la zona de guerra, encontrar a los guerrilleros, filmar los bombardeos, la evacuación de los campesinos, grabar las imágenes de un conflicto armado que se prolongaría por más de medio siglo.
Bruno Muel acaba de publicar un libro, Les rushes de Bruno Muel (Las tomas de Bruno Muel), en el cual retraza su larga carrera, su compromiso, sus encuentros, y entrega parte de sus recuerdos del país de las mariposas amarillas.
En estos días en que en Colombia se abre una página de la historia, Bruno Muel nos ha concedido una entrevista.
—Bruno, en tu documental Las largas marchas dices: “en 1965 llegamos a Colombia con Jean-Pierre Sergent con el fin de filmar las guerrillas comunistas”. ¿Qué los motivó para venir a Colombia, un país tan lejano de Francia?
—En 1964 hubo en Francia una petición, firmada por personas como Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, que denunciaba el hecho de que en Colombia había una guerrilla y cuya existencia era negada, era ocultada por el gobierno colombiano. Esto nos motivó para ir al encuentro de gente que luchaba y fue así como tomamos contacto con miembros del Partido Comunista Colombiano, quienes organizaron todo muy bien para que pudiéramos llegar a Riochiquito. Primero dimos una vuelta por La Guajira, para despistar los servicios policiales. Acompañados por Nelson Robles, un abogado comunista ya fallecido. Era un tipo muy simpático y amable originario de La Guajira. Me acuerdo, tomé algunas imágenes, era como si hiciéramos un viaje turístico.
Después regresamos a Bogotá y una mañana nos encontramos con dos amigos colombianos que nos sirvieron de intérpretes, pues hablábamos muy poco español. Uno de ellos, Pepe Sánchez, que en ese entonces ya era un actor conocido. Recuerdo que nos habíamos detenido en un pueblito para comer algo y unos chicos lo reconocieron. Al otro compañero lo llamábamos Chiribico. Llegamos a un pueblo de cuyo nombre no me acuerdo. Allí vinieron a buscarnos. En unas mulas nos internamos en lo alto de la montaña, dimos con un puesto militar en donde declaramos ser etnomusicólogos que íbamos en busca de indios para grabar su música, los guardias estaban como medio dormidos y nos dejaron pasar sin mayor problema.
Mas adelante llegaron a nuestro encuentro unos jóvenes guerrilleros, uno de ellos era Hernando González. Inmediatamente fuimos acogidos como amigos, ellos eran más o menos de la misma edad que nosotros. Nos llevaron al puesto de comando que se encontraba oculto por unos árboles. Era un refugio muy rudimentario.
Allí encontramos a los dirigentes: Manuel Marulanda que era el jefe reconocido, un campesino, en general todos eran campesinos, era verdaderamente una guerrilla campesina, es importante recalcarlo. Había un aporte de la ciudad como Jacobo Arenas que había sido dirigente sindical petrolero, era como un comisario político, igualmente se encontraba Hernando González que era un estudiante comunista que estaba para hacer un trabajo de politización al lado de los jóvenes guerrilleros campesinos. Se encontraba también Ciro Castaño que en la entrevista dice tener 15 años de experiencia en la resistencia. Ellos insistían en que el Gobierno había llamado sus zonas “repúblicas independientes”, mientras ellos se consideraban organizados en autodefensas campesinas.
—¿Cuando llegaron a Colombia ya sabían de todo eso?
—No, muy poco. Fueron los guerrilleros los que nos explicaron todo eso. Entonces eran autodefensas que defendían a los campesinos. Estaban mezclados. Yo filmé cómo los guerrilleros cortaban la caña. Algo que me impresionó era la autoridad. Esa autoridad que no se siente, se notaba la disciplina pero no la autoridad, algo así como una cooptación natural. La autoridad de Manuel Marulanda era evidente.
—Algunos dicen que esa guerrilla del comienzo después perdió su ideal. ¿Qué piensas de esto?
—Marulanda dice en la entrevista que nos concedió, que el Gobierno los calumniaba permanentemente. En el camino de regreso uno de los guerrilleros que nos acompañaba nos contó que él había sido bandido, pero cuando se enroló en la guerrilla entendió que valía la pena organizarse. Tenía una escopeta y se sentía orgulloso de su escopeta. Decía, “da un solo tiro pero siempre es el bueno”. Se llamaba Martín.
—Decías que Marulanda era el jefe incontestable. Como persona, ¿qué impresión te dio?
—Era una persona sencilla, muy discreta. Nunca le oí un grito. Era un hombre macizo, que hablaba poco. Había algo que nos hacia reír. Él creía en los duendes. Su origen campesino se notaba ahí. Puede ser que no creyera totalmente pero estaba impregnado de sus orígenes. Eso se notaba y no le quitaba nada de la autoridad política que tenía sobre el conjunto. Recuerdo también a Ciro Castaño, era un verdadero guerrero.
Recordemos que estamos en el año 1965, un año antes los combatientes habían logrado escapar al cerco del Ejército en Marquetalia, donde hubo fuertes pérdidas de lado y lado. Riochiquito era la segunda zona de guerra. Yo estaba ahí.
—¿ Qué nos puedes contar de Riochiquito?
—Bueno, al principio pasamos unos días muy tranquilos. Pudimos filmar escenas de la vida cotidiana de los campesinos mezclados con los guerrilleros. Cocinando, haciendo el sancocho. Después vinieron los bombardeos. Los dirigentes sabían que iban a bombardear, por eso hicieron evacuar el pueblo. Los campesinos huían, los aviones sobrevolaban. Los guerrilleros no tenían miedo. Nosotros tampoco. Nos sentíamos protegidos. Al mismo tiempo que evacuábamos la zona nos íbamos internando en lo profundo de la selva, la situación se ponía más dura. Hacía más frío, más humedad, los campesinos sufrían, los niños, los ancianos. Después teníamos que salir con Jean-Pierre y nuestros dos amigos bogotanos, lo mismo que algunas mujeres y un anciano, de la zona de combate.
Empezó entonces una larga marcha con una pequeña columna de guerrilleros que abrían trocha con sus machetes, ellos conocían la zona. Caminábamos en condiciones difíciles, durmiendo en el suelo, tapándonos con unas dos o tres cobijas. Las noches eran frías. Al cabo de un mes salimos a un claro. Allí llegó un carro que nos llevó a Bogotá. Logramos contactar a la Embajada de Francia. Al día siguiente nos detuvieron separadamente. A mí me detienen al llegar a casa de un etnólogo donde nos quedábamos. Unos 10 hombres en un jeep bien armados vinieron para detenerme. Me llevaron a donde un general del Ejército que parecía que estaba como en una fiesta de militares, me miró, dijo algunas palabras, después me llevaron a un cuartel en el centro de Bogotá.
No me acuerdo bien, nos tuvieron detenidos unos 15 días en lugares separados. No nos podíamos ver. Nos hacían interrogatorios que duraban hasta tres horas. En cuanto a nuestro material, nos habíamos puesto de acuerdo con Jean-Pierre para decir que lo habíamos perdido. Que lo habíamos escondido al lado de un árbol pero que no sabíamos. Los guerrilleros nos habían recomendado dejarlo todo, la cámara, las cintas de lo que habíamos filmado. Es por eso que cuando nos detuvieron no teníamos nada o si no nos lo hubieran quitado. Finalmente salimos expulsados de Colombia. Fue ya en París, como tres meses después, que recibí una llamada de un tal Feliciano diciendo que tenía las cintas. Fui a la cita y, en efecto, tenia pequeñas bobinas cocidas al forro de la gabardina.
—¿Entonces en 1983 vuelves a Colombia?
—Sí, contacté a un militante del Partido Comunista Colombiano que me sirvió de intermediario. Él fue quien organizó todo. Después de la elección de Mitterrand a la Presidencia, en las cadenas publicas entran algunos conocidos. La cadena Uno, que todavía era del servicio público, financió Largas Marchas. Mi proyecto fue aceptado y así vuelvo a ver a mis amigos de la guerrilla.
—¿Era una necesidad, un deseo regresar a Colombia?
Bien, había varias cosas. Yo tenía un gran deseo de volver, ver lo que ocurría. Mientras tanto yo había sido operado de un cáncer y tenía serios problemas de salud. Era para mí como un desafío demostrar que todavía podía hacer eso, como para decirme que estaba curado. Entonces fuimos con un equipo de profesionales del INA (Instituto Nacional del Audiovisual).
En este viaje voy a encontrarme con algunos dirigentes de la guerrilla para filmarlos y que nos hablen de la situación.
—¿Con quién pudiste verte?
—El encuentro tuvo lugar por los lados del páramo, muy cerca de Bogotá. Vinieron Jacobo Arenas y Jaime Guaracas. Les dije que me gustaría volver a ver a Manuel Marulanda. Me dijeron que había por lo menos tres días de marcha. Como yo estaba con todo un equipo era complicado.
Antes de subir al páramo, pude entrevistar al presidente de la República Belisario Betancur. Me comentó que estaba en diálogos con las guerrillas para llegar a una ley de amnistía. Entonces le pregunté a Jaime y a Jacobo lo que pensaban de esa ley de amnistía. Ellos respondieron que había que ver, que por qué no. Pero lo que no podía saber fue lo que ocurrió después. En 1985 con la creación de la Unión Patriótica, la UP había logrado tener senadores y concejales, después les asesinaron tres mil, cuatro mil, no se cuántos.
Sobre este tema he leído El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, que no es un hombre de izquierda. El prefacio está escrito por Mario Vargas Llosa, que tampoco es de izquierda, pero el padre de Héctor Abad era un médico liberal muy comprometido con la defensa de los derechos humanos en Antioquia y escribía textos denunciando la violencia del Estado. Consideraba más cruel la violencia del Gobierno para mantener su dominación mientras que la guerrilla luchaba por un cambio de régimen. Pues bien, este señor fue asesinado cuando iba al entierro de un amigo, dirigente de un sindicato de maestros que había sido asesinado el día anterior. Era esa violencia que se había desencadenado, se estaba viviendo el comienzo del paramilitarismo, esto me impactaba.
En el documental Largas Marchas entrevisto a una pareja de campesinos que pude encontrar gracias al padre jesuita Javier Giraldo. A estos campesinos les asesinaron tres hijos adolescentes, que tocaban guitarra y cantaban en la noche. Unos hombres vinieron y los mataron fríamente, lo mismo que a otras personas que se encontraban con ellos. Los campesinos acusaban a los hombres del MAS (Muerte a los Secuestradores) de los asesinatos. Los asesinaron por ser de una comunidad cristiana, acusándolos de ser cómplices de la guerrilla.
—Ya hace mas de treinta años que estuviste en Colombia. ¿Te gustaría volver una vez más?
—Claro que sí. A los países en donde he estado, esos donde hubo esas guerras, esos campesinos que tuvieron que tomar las armas para defenderse. Eso lo conocí en Argelia prestando el servicio militar en 1956, tenía entonces 20 años, eso me impactó, me hizo reflexionar. Es desde ese entonces que construí mi vida de cineasta comprometido. Claro que me gustaría volver a Colombia, volver a ver a aquellos campesinos. Es cierto, ya no soy joven y muchos de ellos han muerto.
—¿Qué te gustaría decirle a los colombianos en estos momentos en que se ha llegado a un acuerdo de paz?
Me gustaría que los jóvenes guerrilleros logren con éxito entrar en contacto con la vida moderna. Me parece que no será fácil. Pero pienso que tal como los vi serán unos ciudadanos activos y útiles al país.

mardi 18 octobre 2016

Bruno Muel : Les guérrilléros n'avaient pas peur

Entretien avec le cinéaste français 
qui a filmé les bombardements de Riochiquito en 1965 

Bruno Muel

Septembre 1965, deux jeunes cinéastes français, Bruno Muel et Jean-Pierre Sergent arrivent en Colombie. Depuis plus d'un an déjà, le gouvernement du Front National de Guillermo León Valencia avait déclaré la guerre aux paysans de Marquetalia en se déchainant contre les "républiques indépendantes", le plan LASO (Latin American Security Operation) était en marche, Riochiquito représentait l'étape suivante. Les cinéastes réussirent à pénétrer dans la zone de guerre, à rencontrer les guérilléros, à filmer les bombardements, l'évacuation des paysans, à enregistrer les images d'un conflit armé qui se prolongerait pendant plus d'un demi siècle. 
Alors que ces jours derniers, une nouvelle page de l'histoire est en train de s'ouvrir, Bruno Muel nous a accordé un entretien.

Par Manuel Salamanca Huertas
Paris, 14 octobre 2016

— Bruno, dans ton documentaire Les longues marches, tu expliques : "En 1965, nous sommes allés en Colombie avec Jean-Pierre Sergent pour filmer les guérillas communistes". Qu'est-ce qui vous avait motivés pour aller en Colombie, un pays aussi éloigné de la France ?
En 1964, en France, il y a eu une pétition signée par des personnes comme Jean-Paul Sartre et Simone de Beauvoir, qui dénonçait le fait qu'en Colombie, il y avait une guérilla dont l'existence était niée, cachée par le gouvernement colombien. Cela nous a motivés pour aller à la rencontre de gens qui luttaient, et c'est ainsi que nous avons pris contact avec des membres du Parti Communiste Colombien, qui avaient tout très bien organisé pour que nous puissions arriver à Riochiquito. D'abord, nous avons fait un tour par la Guajira, pour déjouer les services de police, accompagnés par Nelson Robles, un avocat qui est maintenant décédé. C'était un type très sympatique et aimable, originaire de la Guajira. Je me souviens que j'avais pris quelques images, c'était comme si nous faisions un voyage touristique.
Après, nous sommes retournés à Bogotá et un matin, nous avons rencontré deux amis colombiens qui ont été nos interprètes, car nous parlions très peu l'espagnol. L'un d'eux, Pepe Sánchez, était déjà un acteur connu à l'époque. Je me souviens que nous nous étions arrêtés dans un petit village pour manger quelque chose et des enfants l'avaient reconnu. L'autre copain, on l'appelait Chiribico. Nous sommes arrivés à un bourg dont je ne me souviens plus le nom. C'est là qu'ils sont venus nous chercher. A dos de mules, nous nous sommes dirigés vers le haut de la montagne, en croisant un poste de l'armée, nous avons déclaré que nous étions des ethnomusicologues et que nous cherchions des indiens pour enregistrer leur musique, les gardiens étaient à moitié endormis et ils nous ont laissé passé sans difficulté.
Plus loin, des jeunes guérrilléros sont venus à notre rencontre, l'un d'eux était Hernando González. Nous avons immédiatement été accueillis comme des amis, ils avaient plus ou moins le même âge que nous. Ils nous ont emmenés au poste de commandement qui était caché entre les arbres. C'était un refuge très rudimentaire.
C'est là que nous avons rencontré les dirigeants : Manuel Marulanda, qui était le chef reconnu, un paysan, en général tous étaient paysans, c'était vraiment une guérrilla paysane. C'est important de le souligner. Il y avait un apport de la ville comme Jacobo Arenas qui avait été dirigeant syndical dans le secteur pétrolier, c'était comme un commissaire politique. Il y avait aussi Hernando González, qui était un étudiant communiste et qui était là pour faire un travail de politisation à côté des jeunes guérrilléros paysans. Nous avons rencontré aussi Ciro Castaño, qui dans l'interview, dit avoir 15 ans d'expérience dans la résistance. Ils insistaient sur le fait que le Gouvernement appelait leurs zones des "républiques indépendantes", alors que eux considéraient qu'ils étaient organisés en autodéfenses paysannes.

— Quand vous êtes arrivés en Colombie, vous saviez déjà tout ça ?
Non, ce sont les guérrilléros qui nous ont expliqué tout ça. Et donc, c'était des autodéfenses qui défendaient les paysans. Ils étaient mélangés. J'ai filmé comment les guérrilléros coupaient la canne à sucre. Quelque chose qui m'avait impressionné, c'était l'autorité. Cette autorité que l'on ne sent pas, on notait la discipline mais pas l'autorité, c'était quelque chose comme une cooptation naturelle. L'autorité de Manuel Marulanda était évidente.

— Certains disent que cette guérrilla du début, a ensuite perdu son idéal. Qu'en penses-tu ?
Dans l'entretien qu'il nous a accordé, Marulanda dit que le Gouvernement les calomniait constamment. Pendant le chemin du retour, un des guérrilléros qui nous accompagnait nous a raconté que lui avait été bandit, mais que quand il s'était engagé dans la guérrilla, il avait compris que ça valait le coup de s'organiser. Il avait un fusil et il était fier de son fusil. Il disait : "Ca fait un seul tir, mais c'est toujours le bon". Il s'appelait Martin.

— Tu disais que Marulanda était le chef incontesté. Comme personne, quelle impression t'a-t-il fait ?
C'était une personne simple, très discrète. Je ne l'ai jamais entendu crier. C'était un homme robuste, qui parlait peu. Il y avait quelque chose qui nous faisait rire. Il croyait aux lutins. C'est là qu'on notait son origine paysanne et cela n'enlevait rien de son autorité politique. Je me souviens aussi de Ciro Castaño, c'était un vrai guerrier.
Rappelons-nous que c'était en 1965, un an auparavant, les combattants avaient réussi à échapper au siège de l'armée à Marquetalia, où il y avait eu de grosses pertes d'un côté et de l'autre. Riochiquito était la deuxième zone de guerre. C'est là que j'étais.

— Que peux-tu nous raconter de Riochiquito ?
Eh bien, au début nous avons passé des jours très tranquilles. Nous avons pu filmer des scènes de la vie quotidienne des paysans mêlés aux guérrilléros, cuisinant, préparant la soupe. Après sont venus les bombardements. Les dirigeants savaient qu'ils allaient bombarder, c'est pour cette raison qu'ils avaient fait évacuer le village. Les paysans fuyaient, les avions volaient. Les guérrilléros n'avaient pas peur. Nous non plus. Nous nous sentions protégés. Alors que nous évacuions la zone, nous pénétrions plus profondément dans la selva, la situation devenait plus difficile. Il faisait plus froid, il y avait plus d'humidité, les paysans souffraient, les enfants, les vieillards. Ensuite, nous avons du quitter la zone de combat avec Jean-Pierre et nos deux amis de Bogotá, quelques femmes et un vieillard.
Une longue marche a alors commencé avec une petite colonne de guérrilléros qui ouvraient le chemin avec leurs machettes, eux connaissaient la zone. Nous marchions dans des conditions difficiles, en dormant sur le sol, en nous couvrant avec deux ou trois couvertures. Les nuits étaient froides. Au bout d'un mois, nous sommes arrivés dans une clairière. C'est là qu'une voiture est arrivée, qui nous a emmenés à Bogotá. Nous avons réussi à contacter l'Ambassade de France. Le jour suivant, nous avons été détenus séparément. Moi, ils m'ont pris en arrivant à la maison d'un ethnologue où nous étions hébergés. Quelques 10 hommes bien armés, avec une jeep, sont venus pour m'arrêter. Ils m'ont emmené là où un général de l'Armée semblait dans une fête avec des militaires, il m'a regardé, a dit quelques mots, puis ils m'ont emprisonné dans un cuartel au centre de Bogotá.
Je ne me souviens pas bien, ils nous ont emprisonnés 15 jours environ, dans des lieux séparés. Nous ne pouvions pas nous voir. Ils nous faisaient des interrogatoires qui duraient jusqu'à trois heures. En ce qui concerne notre matériel, nous nous étions mis d'accord avec Jean-Pierre pour dire que nous l'avions perdu. Que nous l'avions caché à côté d'un arbre mais que nous ne savions pas où. Les guérrilléros nous avaient recommandé de tout leur laisser, la caméra, les bandes que nous avions filmé. C'est pourquoi, quand ils nous ont arrêté, nous n'avions rien. Et sinon, ils nous auraient tout pris. Finalement, nous avons été expulsés de Colombie. C'est une fois à Paris, trois mois plus tard environ, que j'ai reçu un appel d'un certain Feliciano qui disait qu'il avait les bandes. Je suis allé au rendez-vous, et en effet, il avait des petits bobines cousus dans la doublure de sa gabardine.

— Et donc, en 1983, tu retournes en Colombie ?
J'ai contacté un militant du Parti Communiste Colombien qui m'a servi d'intermédiaire. Il a tout organisé. Après l'élection de Mitterrand à la Présidence, des gens que je connaissais sont entrés dans les chaînes publiques. La première chaine, qui était encore du service public, a financé les Longues Marches. Mon projet a été accepté et ainsi, je suis retourné voir mes amis de la guérrilla.

— Revenir en Colombie, c'était une nécessité, un désir ?
—  Eh bien, il y avait plusieurs choses. J'avais un grand désir de revenir, de voir ce qui se passait. En même temps, j'avais été opéré d'un cancer et j'avais des gros problèmes de santé. Pour moi, c'était comme un défi de démontrer que je pouvais encore faire ça, c'était comme une façon de me dire que j'étais guéri. Alors nous y sommes allés avec une équipe de professionnels de l'INA (Institut National de l'Audiovisuel). Pendant ce voyage, j'ai rencontré certains dirigeants de la guérrilla pour les filmer et qu'ils nous parlent de la situation.

— Qui as-tu pu voir ?
La rencontre a eu lieu vers le haut-plateau (le páramo), tout près de Bogotá. Jacobo Arenas et Jaime Guaracas sont venus. Je leur ai dit que j'aimerais bien revoir Manuel Marulanda mais ils m'ont répondu qu'il y avait au moins trois jours de marche, comme j'étais avec toute une équipe, c'était compliqué.
Avant de monter au Páramo, j'avais pu avoir un entretien avec Belisario Betancur, le président de la République. Il m'a commenté qu'il établissait des dialogues avec les guérrillas pour arriver à une loi d'amnistie. Alors j'ai demandé à Jaime et à Jacobo de qu'ils pensaient de cette loi d'amnistie. Ils répondirent qu'il fallait voir, que pourquoi pas. Mais ce que je ne pouvais pas savoir, c'est ce qui est arrivé ensuite. En 1985 avec la création de l'Union Patriotique, la UP a réussi à avoir des sénateurs et des élus et ils les ont assassinés, trois mille, quatre mille, je ne sais combien.
A ce propos, j'ai lu L'oubli que nous serons de Héctor Abad Faciolince, qui n'est pas un homme de gauche. La préface est écrite par Mario Vargas Llosa, qui n'est pas non plus de gauche, mais le père de Héctor Abad était une médecin libéral très engagé dans la défense des droits humains dans le département d'Antioquia, et il écrivait des textes qui dénonçait la violence de l'Etat. Il considérait plus cruelle la violence du Gouvernement pour maintenir sa domination que celle de la guérrilla qui luttait pour un changement de régime. Et bien, ce monsieur a été assassiné alors qu'il allait à l'enterrement d'un ami, dirigeant d'un syndicat enseignant, qui avait été assassiné le jour antérieur. C'était cette violence qui s'était déchainée, on vivait le début du para militarisme, tout cela m'impactait.
Dans le documentaire Longues Marches, j'interviewe un couple de paysans que j'ai pu rencontrer grâce au père jésuite Javier Giraldo. On a assassiné à ces paysans trois fils adolescents, qui jouaient de la guitare et chantaient dans la nuit. Des hommes sont arrivés et ils les ont tué froidement, comme ils ont tué les autres personnes qui se trouvaient avec eux. Les paysans accusaient les hommes du MAS (Mort aux Kidnappeurs) d'avoir perpétré les assassinats. Ils les ont assassinés parce qu'ils étaient d'une communauté chrétienne, en les accusant d'être des complices de la guérrilla.

— Ca fait plus de trente ans que tu es allé en Colombie. Tu aimerais y retourner une fois de plus ?
Bien sur que oui. Dans les pays où je suis allé, ceux où il y a eu ces guerres, ces paysans qui ont pris les armes pour se défendre. Ca, je l'avais connu en Algérie pendant mon service militaire en 1956, j'avais 20 ans, et ça m'a impacté, ça m'a fait réfléchir. C'est à partir de ce moment-là que j'ai construit ma vie de cinéaste engagé. Bien sur que j'aimerais retourner en Colombie, revoir ces paysans. Enfin, je ne suis plus jeune et beaucoup d'entre eux sont morts.

— Que souhaiterais-tu dire aux colombiens alors que l'on est arrivé à un accord de paix?
J'aimerais que les jeunes guérrilléros réussissent à entrer en contact avec la vie moderne. Il me semble que cela ne sera pas facile. Mais je pense que, tels que je les ai vus, ils seront des citoyens actifs et utiles pour le pays.

Publié dans le Semanario VOZ





jeudi 4 août 2016

«Velada de paz» por los guerrilleros de las FARC


Por Maurice Lemoine
in Mémoire des Luttes

Quibdó, la húmeda capital del departamento del Chocó, situada a orillas del Atrato –un río caudaloso, de flujos cargados de barro, de meandros infinitos– parece vacilar entre las espesas nubes grises y el siniestro color negro del asfalto pegado a las fachadas de algunos edificios deteriorados o en construcción para protegerlos de las violentas lluvias.
 
Hordas de motos rugen en las calles deterioradas. Mas allá del desembarcadero, los barrios rebosan de gente, las aguas fétidas remueven lo inhumano, plagadas de inmundicias y de podredumbres. Para salir de esta ciudad caída en el olvido, para desplazarse en un departamento completamente abandonado por el Estado, para transportar personas, mercancías, bestias, no hay ninguna vía, ningún camino, ningún puente. Sólo una ruta, la ruta fluvial. Las panzonas embarcaciones se deslizan suavemente sobre la superficie del agua formando olas plegadas resplandecientes; las champas de pescadores solitarios bordean las orillas frondosas; una miríada de vertiginosas pangas cargan entre diez y veinte personas; los motores rugen, las proas se levantan sobre el agua subiendo o bajando la corriente.
Así, para llegar a Vigía del Fuerte, río arriba, más al norte, se necesitan tres horas. Sucio rincón perdido del planeta: un puesto militar, ningún auto, solo calles destapadas. Al mirar a los alrededores se nota que en las comunidades falta de todo.

Sin descanso, sentados en rústicos bancos de madera, vestidos del uniforme kaki que combina con los colores de la selva circundante, los guerrilleros agitan delante de sus caras las toallas para espantar los mosquitos que igualmente atacan sin parar como enjambres susurrantes. A orillas del río Cuía, a una hora y media en lancha de la población de Vigía del Fuerte la espesa vegetación oculta el campamento de una rama del Frente 57 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del Pueblo (FARC-EP) [1].
En medio de las caletas –unas camas levantadas con listones sostenidos por chuzos en cada extremo y cubiertas con una lona de plástico negra– al lado de las cuales se ve ropa extendida, chalecos de combate, armas, una pequeña planta eléctrica se ahoga ruidosamente. En este lugar, separado del río por una plantación de bananos, conviven varias generaciones. Alexánder, 50 años, con una sonrisa tranquila confiesa llevar 35 años en la guerrilla; Eusebio, de la misma edad, «solamente» 25 años; Vanessa, con 34 primaveras, 16 años; y Ramón, por ejemplo, desde lo alto de sus 19 años, con un corte de pelo a la moda, tendencia "futbolista profesional", tres años y medio.

¿Desarraigados, amargados, paranoicos, fanáticos, iluminados del pasado? Hay en Colombia históricamente un desastre social: el conflicto armado es el resultado. Igual que muchos otros, como Claudia, Alexánder fue militante de la Juventud Comunista, la Juco, antes de empezar muy lógicamente «una nueva etapa como guerrillero», Eusebio, que vivía en Apartadó, también tenía eso que llaman « consciencia política». «Decidí entonces rebelarme contra el régimen, la injusticia me indignaba».

Recorrido menos típico el del joven Richard originario de Tarazá (Antioquia), que vivió bajo influencia paramilitar. Tenía un primo en el ejército y, al contrario de sus actuales camaradas, le temía a la guerrilla. «Decían que mataban por matar, que eran sanguinarios, que no tenían ninguna compasión». En diferentes circunstancias se encuentra con los insurgentes. «Cuando empecé a conocerlos, noté que no eran como contaban. Le hablaban sencillamente a la gente».

El tiempo pasaba, el futuro lo veía sin salida y le entraron ganas de enrolarse. «Cuando cumplí 15 años, le hablé al comandante que me dijo por qué quería. ¿Tienes algún problema con tu familia? Mejor quédate en tu casa. Trató de disuadirme». Después de haberlo pensado, Richard volvió a insistir hasta lograrlo. Muy joven. Demasiado joven, dicen algunos en contra. Y es cierto, en lo absoluto. Pero visto más de cerca…

¿Cómo se vive la infancia en los campos colombianos? No es lo mismo en Francia, ni en Suiza, ni en los Estados Unidos. No hay adolescencia. Desde muy temprano niños y niñas tienen que bregar, asumir responsabilidades domésticas y económicas. Los muchachos y las muchachas resultan padres y madres de familia –¿sin que conmueva a los rezanderos, la ley colombiana no autoriza el matrimonio a las menores de 12 años (14 para los varones) con el consentimiento de los padres? «A los 15 años, ya tienes una experiencia de la pobreza, comenta Deiber, tocado en cuanto a su edad de reclutamiento. Debido a eso no me sentía muy bien. Soportar la miseria… Cuando veía a los ricos en la televisión, me daba una rabia». En cuanto a Richard, vuelve a insistir: «Nadie me obligó, eso me gustaba».

Esa discusión tan repetida sobre la presencia de los menores –entre 15 y 18 años– en los grupos armados no debe convertirse en el árbol que oculta las sombras lúgubres del bosque. «Yo vivía en Riosucio (Chocó), cuenta Santiago, cultivando la tierrita para sobrevivir sin un centavo para comprar la comidita. Cuando los paramilitares llegaron la situación se puso dura. Decían que era para sacar a las FARC, ¡pero era mentira! Ellos martirizaban a los campesinos. Toda la población civil se vio desplazada. Aquellos que se negaban a irse o a obedecer a los paracos resultaron naturalmente del lado de la guerrilla».

El mismo discurso se oye de la boca de Ariel, originario de Urrao (Antioquia) «Somos tres primos en la lucha, los paras mataron a nuestra familia. Tomar el fusil fue nuestra única salida». Claudia, la enfermera: «A mi padre, a mis hermanos, a toda la familia la desplazaron los paras. Ahora ellos están en el extranjero. Lo perdieron todo».


El tenebroso Chocó está poblado en su mayoría por comunidades afrodescendientes y unas 30 etnias indígenas siendo la más importante los emberá-chamí. La humedad se encuentra estacionada en permanencia. Esta agota los organismos, la temperatura se mantiene por encima de los 30 grados. Según los insurgentes, desde comienzos del 2016 hasta finales de junio, en los alrededores, cerca de unos 30 niños indígenas murieron de paludismo y de desnutrición. Doscientas víctimas en un radio más amplio. «¡En cualquier otro lugar del mundo sería un escándalo! En una región tan rica en recursos naturales como esta no hay ninguna razón objetiva para que haya malnutrición, desnutrición…».

En este campamento de unos 20 combatientes perteneciente a la «unidad de organización» del Frente 57 se ven tanto negros nativos del Chocó como blancos y mestizos que suelen ser cuadros dirigentes o guerrilleros «especializados» venidos de otras regiones. Los nativos de tierra caliente levantan la mano con cierto aire burlón. «Estoy acostumbrado a los bichos, dice Samir riéndose, ¡de eso no sufro! No me siento bien en tierra fría, no me gusta». Los otros no tardan en decir: «los insectos, las culebras, el clima, el terreno… Es duro acostumbrarse».

Bajo el inmenso follaje se vive en permanencia una sensación sofocante. En la noche, cuando el diluvio no se desploma sobre las carpas, un calor infernal reina bajo el mosquitero. En la madrugada, cuando todavía la oscuridad de la noche no ha levantado su telón, hay que tener cuidado donde se ponen los pies descalzos, las serpientes poco amistosas pululan. La leishmaniasis ronda solapadamente. Esta se transmite por la picada de un insecto, se parece a la lepra, puede extenderse, se come la piel, se transforma en afección cutánea que invalida y puede ser mortal si no se trata.

Cada cual recibe dotación para el tratamiento, para las uñas, puesto que en botas de caucho, la humedad las carcome ineluctablemente… Y después el barro, el barro, «ese hijueputa barro…». Sin embargo, con una especie de optimismo pragmático y marcial acaba casi siempre cada entrevista: «Como hay que vivir con esto, hay que aprender a convivir».

La guerrillera francesa Nathalie Mistral, una de las dos únicas europeas presentes en los rangos de las FARC, junto con la holandesa Tanja Nijmeier, pone las cosas en perspectiva: «Claro está, pero uno termina acostumbrándose. Lo más duro es la guerra, los bombardeos, ver morir a los compañeros».
Un huracán de violencia y de locura anda soplando desde hace 50 años sobre el país, buen número  de combatientes ha pasado realmente momentos difíciles, aquí o allá, enfrentado al «enemigo». Mientras se les presenta como «terroristas», «narcotraficantes», «criminales», ninguno de esos sobrevivientes presume ni se da ínfulas a la hora de confiarse: «Lógicamente todos tenemos miedo, reconoce Eusebio, pero a la hora del combate controlamos los nervios. Los soldados también tienen miedo, todos somos seres humanos». Ariel cuenta casi lo mismo: «Yo he combatido en varias regiones, he perdido compañeros. Han sido momentos difíciles, dolorosos. Es como si todos fuéramos hermanos en el seno de la organización».

«Equilibrio estratégico»: las FARC no pueden derrotar militarmente a las fuerzas armadas y estas no logran acabar con la guerrilla. Para terminar con esa matanza que ha hecho más de 450 mil muertos (en su mayoría civiles) y cerca de siete millones de desplazados desde 1948 –la guerra no comenzó en 1964 con el nacimiento oficial de las FARC en respuesta a la cruel represión al campesinado–, arduas discusiones, muy «políticas», comenzaron en La Habana, Cuba, el 19 de noviembre del 2012.
La guerrilla observa desde julio de 2015 un cese al fuego unilateral perfectamente respetado, lo que muestra de paso el alto nivel de disciplina y de cohesión existente en sus rangos. El gobierno terminó, por su parte, suspendiendo los bombardeos aéreos. Un alivio para el país en general y en particular para esta parte del Chocó que ha conocido un nivel elevado de confrontación.
En 2012 y 2013, recuerda el comandante Pablo Atrato, miembro del estado mayor del Frente 57, un corpulento afrocolombiano barbudo que se puede calificar de simpático y que fue maestro en los muros de un colegio popular, «contamos 27 bombardeos tan solo sobre este frente y en cada bombardeo ha habido muertos, eso sin contar los heridos. Cinco miembros del estado mayor han caído muertos».

En el último enfrentamiento, el 25 de mayo de 2015, en Riosucio, sobre el río Truandó, se saldó por el lado de la insurgencia con la pérdida de tres guerrilleros. Ahora, cada cual respeta la tregua. Los militares que a lo largo de la guerra, localmente o a nivel nacional han sufrido muchas pérdidas en muertos y heridos, no se aventuran como antes lo hacían hasta el poblado de La Loma a proximidad inmediata del Atrato. El Frente 57, que continúa sin embargo desplazándose por medida de precaución, igual observa la misma moderación.

«Ya no atacamos a los soldados, nos confía Deiber, estamos tranquilos, no nos agreden. Si los vemos, los evitamos. Sabemos que son también hijos de pobres como nosotros. Ellos están aquí por la paga, nosotros por cambios en el país». Nadie quiere ser el ultimo en morir. El silencio de las armas está verdaderamente cercano?

Sin duda la violencia del conflicto armado ha disminuido poco a poco. El número de víctimas directas o colaterales igualmente. No siempre ha sido así. La esperanza de una guerra «limpia» no es más que un fantasma de Occidente (en el sentido atlantista del término), de rebelde de buena familia o de «defensor (a veces ingenuo) de derechos humanos». Nadie llega con las manos limpias al término de esta guerra, pero las de los rebeldes no son las más sucias.

Colombia es la única nación de América Latina donde han sido asesinados todos o casi todos los miembros de un partido político de izquierda, la Unión Patriótica (UP) en los años 1980 y 1990. Por otro lado, cuenta (mínimo) 50 mil «desaparecidos», lo que sobrepasa de lejos la Argentina de los años 1970 y todas las dictaduras del Cono Sur reunidas. Esta estrategia se desarrolló principalmente a través de grupos paramilitares creados, financiados y apoyados por una parte de la clase política, por militares, por empresarios, por grandes propietarios latifundistas, por ciertas multinacionales, todos protegidos ocasionalmente por disposiciones legales. Con el apoyo, la ayuda económica y militar jamas desmentida de los Estados Unidos.

La fábrica de cadáveres se convirtió con el tiempo en una empresa en plena expansión, la violencia aumentó sin parar en una escalada inevitable. Los gobiernos sucesivos no se acostumbraron ni a la piedad, ni a la generosidad y mucho menos a la debilidad, las FARC –y El Ejercito de Liberación Nacional (ELN), otra guerrilla de menor importancia pero todavía activa– respondieron a esas atrocidades con prácticas a veces deplorables como las ejecuciones extrajudiciales; los secuestros de civiles obligados a pagar el «impuesto revolucionario» para ser liberados están grabados en las mentes, aún menos perdonados por una parte de la sociedad, en particular urbana.

En el Chocó, un acontecimiento especialmente trágico marcó la historia del conflicto armado: Bojayá. El drama data del 2002. Desde 1997, los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), con la ayuda de la XVII Brigada del Ejercito comandada por el general Rito Alejo del Río, habían expulsado de sus parcelas, en el bajo Atrato, a miles de familias aterrorizadas por los asesinatos con motosierra y las desapariciones forzadas. En abril del 2002, desde Turbo, en la costa del Caribe, aproximadamente unos 250 de esos paracos bajo las ordenes de Freddy Rendón (alias El Alemán), embarcados en siete lanchas potentes, llegan a Bellavista, principal pueblo del municipio de Bojayá situado justo enfrente de Vigía del Frente.

Para llevar a cabo la expedición pasaron sin que fueran señalados y aún menos interceptados por los puestos de control de la Fuerza Pública situados en punta de Turbo (retén permanente de la marina), a la entrada de Riosucio (retén permanente de la Policía Nacional) y a su salida (retén permanente del Ejército). Ya ellos controlaban los dos pueblos, sobre los techos de las casas de los lugareños flotaban banderas blancas, las FARC intervienen el 1 y 2 de mayo para expulsarlos.

Los combates violentos se desarrollan en Bellavista. Mientras los habitantes se refugian en la iglesia, los paramilitares, arrinconados, se concentran muy cerca, utilizándolos como escudo humano. Y la guerrilla, de hecho, comete lo irreparable. Destinada a golpear los paramilitares, una pipeta de gas lanzada con un mortero artesanal muy impreciso cae sobre la iglesia. La explosión provoca 119 muertos y 98 heridos. En la época, y hoy todavía, el drama sirve para denunciar la «barbarie» de la guerrilla acusada de «crimen contra la humanidad» – la gran mayoría de comentaristas «olvidando» sin ninguna vergüenza la culpabilidad de los actores estatales y paraestatales de la tragedia [2].

El 6 de diciembre del 2015, transportados en helicópteros de la Cruz Roja, una delegación de comandantes de las FARC provenientes de La Habana –Pastor Alape, Benkos Biojó, Matias Aldecoa, Érika, Isaías Trujillo y Pablo Atrato (quien no combatía en el Choco en el momento de los hechos)– llegaron a Bojayá.

En presencia de representantes de la ONU y en el curso de una ceremonia digna, respetuosa, cargada de emoción, de la cual habían sido excluidos los medios por pedido de la población, Pastor Alape, al mismo tiempo que precisaba «nunca hubo la intención de afectar la población civil y menos aún los ancianos y los niños inocentes muertos en ese hecho lamentable», presentó las excusas de las FARC y pidió perdón a los 600 sobrevivientes y familiares de las víctimas reunidos para esta ocasión.

En un concierto perfecto, la noble casta de editorialistas se desató sobre el tema: «Las víctimas frente a sus verdugos». Pocos recordaron la gran responsabilidad de los paramilitares, del Ejército, y del Estado, que no han tenido el mismo coraje y oficial, solemne y públicamente no han expresado el mismo pesar.

El sol todavía alcanza a pasar a través del espeso follaje, el final de la tarde llega a su término. Bajo la lona negra del cambuche que sirve de cocina, sobre una estufa alimentada con una bombona de gas, Richard ha comenzado a preparar la cena –carne, arroz y yuca. Sentados en un taburete, un guerrero en uniforme llora …pelando cebolla cabezona. «No hay diferencia entre los hombres y las mujeres, se satisface Vanessa, que llega de tomarse una baño para refrescarse, ocupando la sala de baño –una estrecha quebrada situada más abajo. «Los muchachos nos miran como a sus iguales». Después, con una sonrisa graciosa: « Entre ellos, hay excelentes cocineros».

Cierto, Colombia es tierra de milagros, evitaremos cualquier entusiasmo romántico tendiente a empujar los logros alcanzados. «Nos quedamos muchos años sobre una igualdad formal, sin trabajar mucho la cultura», piensa Nathalie Mistral. Entonces, efectivamente, no hay diferencia entre los sexos en la vida cotidiana, pero en pareja [que no tiene nada de excepcional en las FARC], el hombre busca a veces trampear. Por ejemplo: “yo monto la caleta, tu lavas la ropa” o “voy a buscar la comida y tu acomodas la ropa”… Prácticas prohibidas por el reglamento».

Aparte de esos incidentes, compartir las tareas es un principio claramente afirmado y aceptado, en desfase (positivo) con las practicas de la… «sociedad civil” [3]. Así que es mejor desconfiar de los clichés. Inclinado sobre una licuadora, Andrés sin hacer mala cara prepara un buen jugo de frutas.

Un palmada resuena en la maraña colmada de lianas y de hojas. Todos estiran el cuello atentos. La noche va a bajar su telón, ya es la hora de la reunión cotidiana de información. Increíblemente, en el corazón del desorden vegetal, los guerrilleros, tecnológicamente bien equipados, logran recibir informaciones desde La Habana a través de… internet. Por otro lado, gracias a las radios públicas y privadas también reciben la información del gobierno. Por ahora, todo no parece muy claro, cada cual difunde su versión.

Después de haber evocado la larga huelga que mantienen los camioneros en una parte del país, el comandante Pablo, en medio de un silencio tenso, comenta las últimas noticias que llegan de Cuba: «Miren lo que explica el camarada en la nota que nos hace llegar... Lo que ocurre, concretamente, es que el gobierno dejó filtrar documentos que no son definitivos. En realidad las zonas y los campamentos previstos para la desmovilización no están todavía definidos». Un alivio visible sigue sus palabras. Los comentarios afluyen. Es un tema recurrente.

Bajo su caleta amueblada con tres sillas y una mesa sobre la cual reposa un computador portátil, el comandante nos explicaría más tarde: «El momento es complejo, los combatientes andan bastante preocupados. No sabemos lo que va a pasar, a dónde vamos ir a parar, qué clase de trabajo vamos a tener que hacer».

Cuatro acuerdos parciales, todavía no totalmente definitivos, han sido anunciados desde el 2012 por las delegaciones sobre una «reforma rural integral», en el corazón de la histórica reivindicación campesina; «la participación política de la oposición», prohibida durante muchos decenios por la oligarquía y sus esbirros y secuaces; el problema de «los cultivos ilícitos», ligados a la miseria del campo lo mismo que a la mafia del narcotráfico; la «justicia transicional» lo mismo que «la reparación debida a las víctimas», desafíos particularmente delicados puesto que atañen a todos los actores del conflicto –militares, paramilitares, civiles en las esferas políticas y económicas– y no solo la guerrilla, como lo deseaban la oligarquía y sus medios [4].

El 23 de junio pasado en La Habana, en presencia, entre otros, del secretario general de las Naciones Unidas Ban Ki-moon, un paso decisivo se ha logrado con la firma solemne de un «acuerdo de cese al fuego bilateral y definitivo» que fija las modalidades del abandono de las armas, de una desmovilización de los insurgentes y unas garantías de seguridad para protegerlos. «Ha llegado la hora de vivir sin guerra, declaró el presidente Juan Manuel Santos. La paz ya no es solo un sueño, la tenemos en la mano. No estamos de acuerdo, probablemente no estaremos de acuerdo con las FARC, pero apreciamos que su lucha armada se convierta en política».

En respuesta, el numero uno de la guerrilla Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timochenko precisó: «Esto es el resultado de un diálogo serio entre dos fuerzas sin que ninguna pudiera derrotar a la otra. Ni las FARC-EP ni el Estado han sido derrotados, este acuerdo no es el resultado de presiones de una parte sobre la otra». Se puede observar de paso, aunque las modas mediáticas casi no se prestan, que rinde un vibrante homenaje al expresidente venezolano Chávez y a su ministro de relaciones exteriores Nicolas Maduro, que sería su sucesor, lo mismo que a Cuba, por la determinante contribución al intento de resolución del conflicto.

En el Chocó, Ariel, 35 años, que combate desde 1998, se alegra: «Estamos contentos de los pasos que han sido efectuados gracias a nuestros jefes. Les tenemos entera confianza. Pero...».
Desde la firma del acuerdo de paz definitivo, en las regiones donde los guerrilleros tienen presencia histórica, cerca de ocho mil insurgentes deberán concentrarse en 23 «zonas veredales transitorias de normalización» (siendo la vereda la más pequeña división rural en Colombia). Tratándose de comarcas alejadas como el Chocó, se agruparán en ocho campamentos de una superficie reducida (menos de cuatro hectáreas).

Se había especulado, lo que resultará falso, que a un kilómetro de distancia, un cordón instalado a tres niveles –el primero de las FARC, el segundo de observadores de las Naciones Unidas (sin armas) y el tercero de la Policía o del Ejército- permitiría protegerlos, pero también ...aislarlos, ya que los civiles de los alrededores no podrían penetrar. En realidad, sólo habrá un cordón de seguridad compartido por las FARC, el Ejército y las fuerzas de la ONU. No evita la pregunta de Pablo Atrato: «¿El trabajo político con quién vamos a hacerlo? ¿Y el proyecto de desarrollo? ¿Con los micos? Todo esto es muy problemático».

Si hay un punto que hace consenso es que el trabajo con la población campesina, que hasta ahora lleva a cabo el Partido Comunista Clandestino (PC3) al cual pertenecen todos los guerrilleros, no se detiene con la entrega de armas a la ONU –en tres etapas, durante los seis meses de existencia de las zonas y campamentos ya citados. «No se habla de desmovilización individual, en el sentido clásico, nos precisa uno de nuestros interlocutores. Se piensa generar una dinámica colectiva, planes de desarrollo local, proyectos productivos para la gente de la región». La construcción de nuevas formas de poder social en las «terrepaz» (zonas de paz) al mismo tiempo que la inserción en la vida al final democrática del país.

«¡Repúblicas independientes!», exclama enfurecido el Procurador general Alejandro Ordóñez, principal aliado de Álvaro Uribe, en un rechazo cargado de odio en contra del proceso de paz. El proyecto no tiene nada de un ensueño para quien conoce profundamente el país. En muchas zonas desde hace tiempo bajo influencia de las FARC, en particular sobre la frontera agrícola, estas cuentan con una base social. Cierto, en ese rincón del Chocó como en todo el territorio nacional, el colombiano está acostumbrado a ser prudente. Eso de que un extraño llegue haciendo preguntas, no obtendrá respuesta. Al contrario, si es conocido y pregunta: «¿Dónde está Pablo Atrato?», todos contestan: « Ahora se encuentra en su campamento, allá abajo».

Aparte de la eventual cercanía afectiva o política, es también consecuencia de una clandestinidad llevada en una zona donde predominan los ríos. Los insurgentes se desplazan en embarcaciones, hay que amarrar en algún lugar, entonces se ven, se sabe dónde están. Por cierto, ahora, ¿se esconden verdaderamente?
Regularmente, dejando el uniforme y vistiéndose de civil, los guerrilleros van a las poblaciones cercanas, visitan las casas apartadas de los caseríos para desarrollar el trabajo político (un marxismo leninismo no muy ortodoxo teñido de bolivarianismo). En la actualidad, el Estado siendo totalmente ausente, se trata de desarrollar una pedagogía de paz explicándole a la población lo que ocurre en La Habana. «Porque prácticamente, constata Deimer, los documentos que recibimos la población no los conoce, cuando lo que ocurre les concierne bastante».

En buen grado autoritarios, conforme a una organización político-militar, las FARC sacan experiencia de sus errores y se suavizan relativamente (por lo menos aquí) con el tiempo y la experiencia. En el Chocó, territorio «colectivo» que desde los años 70 goza de una jurisdicción especial, los consejos comunitarios para las comunidades negras y los cabildos para los indígenas administran el cotidiano. «La relación con ellos es diferente, señala Pablo Atrato. Hay que mostrarse respetuoso y actuar con una lógica de cooperación, de ayuda, de apoyo. Es algo difícil pues ellos tienen sus costumbres, son desconfiados. Tenemos que aprender a entenderlos y respetar su manera de ver. Pero al fin y al cabo nos entendemos».

Cuando los guerrilleros van a las comunidades para organizar reuniones, no lo hacen sin la autorización de los jefes tradicionales, de quienes procuran reforzar la autoridad. Al contrario, no es una excepción local ni ninguna novedad, que estos recurran a las FARC para resolver conflictos, puesto que no faltan problemas, de vecindario, por la tierra, por la madera, etc. Igual piden ayuda, en materia de salud, que se les da, cuando se puede.

Sin embargo, el momento se revela delicado, como entre perro y lobo. No es verdaderamente la guerra, no es verdaderamente la paz. «Antes, resume Ariel, que ha conocido varios frentes, nuestra vida era el combate. Ahora nuestro cotidiano es de hacer la cocina, administrar los alimentos, salir de civil…». La formación política ha remplazado los entrenamientos físicos. Los combatientes se levantan más tarde, se acuestan más temprano. Cierto, continúan cuidando el mantenimiento de las armas, pero, en pleno día, algunos se entretienen con los computadores portátiles, ponen DVD de películas mexicanas. «Hay que mantener la exigencia de la disciplina, admite el comandante, cerciorarse más que el guerrillero lea, estudie». Y no pase el tiempo divagando.

Claro, hay en el ambiente cierta satisfacción. «Será un gran alivio salir de esta selva, suspira Claudia, con las manos en su traje de combate. Nosotros, los guerrilleros, no queremos más guerra, queremos la paz». Pero varios de los compañeros menean la cabeza, como incrédulos: si el proceso llega a su término, tendrán que cambiar una vez más de vida. ¡Y cuál será el cambio! Que la incorporación haya tenido lugar hace treinta, quince o tres años, no ha sido fácil.

No tanto para los campesinos, pero para los de la ciudad… «Nunca había usado un machete, llevado cargas en los hombros, caminado cuatro, seis, doce horas», cuenta Pablo Atrato, que vivía en una gran ciudad, en Barranquilla, enfrentado a la alternativa de morir asesinado por los paramilitares o salir pal monte. A mediados de los años 1980, ingresó en los rangos de las FARC, en el Frente 19 de la Sierra Nevada. Tener sueño, comer a cualquier hora… «A nadie le gusta salir a media noche, bajo la lluvia, para hacer el turno de guardia…».

Incluso el joven Ramón, proveniente de un medio campesino, dice: «Cuando estás acostumbrado a la casa, a tener una cama y de pronto pasar tu vida a dormir en una hamaca, o sobre unas tablas en una caleta…». ¡Sin olvidar la rigidez de las normas internas y de los reglamentos! Un ejército en campaña nada tiene que ver con un centro de ocio. Un muchacho al estilo «joven» de Samir lo expresa: «No queda otra que acostumbrarse… Cuando uno tiene ganas de hacer algo, ¡pues no se puede!». Deiber, algo más elástico: «No podemos beber, tampoco bailar en el pueblo; la cerveza, olvídese, pero es una regla que uno entiende».

Y Vanessa: «Afuera, se es libre, hace uno lo que quiere. Aquí, para todo se necesita un permiso. Hay que pedirle permiso al jefe. Hay momentos duros pero también los hay buenos». Gracias a su larga experiencia, pasándose la mano callosa por el cabello corto, Alexánder sintetiza: «Al pasar a la vida militar, hay que obedecer a una disciplina militar también. Es lo que hace que subsistamos como movimiento. Un movimiento sin disciplina termina por ser aniquilado. Hay que adaptarse a esta vida. Cuando se tiene consciencia, se sabe que es necesario para la seguridad».

Al principio, con la ayuda de los viejos, se acostumbraron a las restricciones. Pero el paso a la vida civil podría ser también complicado y convertirse en una nueva carrera de obstáculos. ¿Cómo lograr una forma de vida en tiempo de paz, después de haber vivido en la guerra? ¿Olvidar la selva, el monte, el contacto permanente con la naturaleza, volverse sedentario? Toda su vida, todo lo que poseen, lo tienen en la mochila.

Deiber frunce las cejas claramente perturbado al pensar en abandonar su arma, su alter ego, su compañía, su identidad. Ariel se muestra igualmente perplejo: «Estamos acostumbrados a cargarla, nos va hacer falta. Cuando saldremos al exterior, habrá gente que no nos va a mirar como a civiles, que conocen nuestro pasado y que nos van a mirar con hostilidad. Si tenemos que defendernos pues estaremos realmente desnudos».

A la sombra de la causa colectiva, enmarcado día y noche, viviendo en armonía con el grupo y la organización, el guerrillero al encontrarse solo en lo cotidiano va a tener que asumirse y tomar sus propias decisiones. «Habrá que trabajar para vestirse, para comer, para pagarse las botas, etc. Aquí lo tenemos todo». Ramón se la piensa bien, no pide mucho: «De vez en cuando me gusta tomarme un trago, una cerveza pero no quiero convertirme en un empedernido bebedor!».


 «Se piensa, dice Vanesa. ¡Tantos años pasados en la guerrilla! Pasar a una vida diferente, claro que se piensa, es lógico…». Está contenta de volver a ver a su hija de 15 años que vive con sus abuelos. «Esto ocurrió sin problema. Di a luz en casa de mi madre. Cada vez que puedo, mantengo contacto. Nos entendemos. Nunca ha criticado mi… profesión, digamos así» [5]. Claudia también tiene un hijo de 24 años que nació antes de que entrara en la guerrilla. «Lo veo de vez en cuando, según las circunstancias y pidiendo permiso».

Hecho significativo: por lo menos la mitad de los futuros excombatientes afirma querer estudiar –muchos de ellos han aprendido a leer y escribir en la guerrilla. «Fui poco a la escuela porque éramos pobres, dice Claudia, que aprendió enfermería en la práctica, en medio de las brasas del combate. Lo que veo lo retengo, lo pongo en práctica y no lo olvido. Entonces me gustaría aprender medicina. No soy muy joven pero ahora con los computadores todo se puede».

A Andrés le gustaría ser chofer. Samir se ve de nuevo en el campo. A Ariel le gustaría tener un pequeño comercio o una cantina. El veterano Alexánder trata de no soñar: «Algunos van a ganarse la vida más fácilmente; para otros, como yo, será menos fácil, por la edad, por el tiempo pasado –¡toda una vida!– en la clandestinidad».

Un día más, una jornada más. Esta noche llovió a cántaros. La rutina inmutable de la reunión, las botas patinan en el lodo. Las informaciones llegan en permanencia sobre todo lo que se firma en La Habana. La tropa escucha, analiza, discute colectivamente. Con sorprendente transparencia, Pablo lee integralmente el correo enviado por el comandante del Bloque Sur, Rodolfo Benítez, a los comandantes que están negociando, en el cual expone algunas preguntas que, «personalmente» le preocupan mucho.

En el marco de la «desescalada», algunas disposiciones han sido anunciadas, entre ellas la desmovilización inmediata de menores. El problema, objeta Benítez es que «Los menores de 18 años se niegan a irse. Ellos se sienten rechazados por la organización…». Además, no todos tienen una familia que los acoja. ¡Quién lo hubiera creído! Las zonas de desmovilización y los campamentos como han sido anunciados no lo convencen muchísimo: «¡Tendremos más limitaciones que cuando estábamos en la selva!»

Sobre todos los puntos, el número uno Timochenko, en una larga respuesta pedagógica, expone la posición del secretariado, leída pausadamente por Pablo. Por ejemplo, la seguridad de los altos dirigentes implicados mañana en la vida pública ha sido contemplada en un acuerdo con los representantes del gobierno: «Vamos a tener más de dos mil guerrilleros asignados como guardaespaldas. Ellos no van a ejecutar esa tarea con un estilógrafo».

Mientras hombres y mujeres ríen, Pablo deja suspendida la frase en el aire. Por la expresión de la cara, lo que sigue debe ser importante. De hecho, Timochenko reacciona ante algo que, conocido 48 horas mas tarde, el 6 de julio, al exterior de la organización, va a sobresaltar a toda Colombia. «Hemos tenido noticias de un caso de insubordinación… Detrás de argumentos dizque políticos e ideológicos avanzados se esconde un fenómeno de corrupción interna. Ellos tienen un buen negocio que se va a ver afectado por los acuerdos de paz».

«Ellos»: los del Frente 1 Armando Ríos, que opera en el lejano departamento del Guaviare, al sur del país, se niegan a desmovilizarse. Esto puede fortalecer la preocupación legitima de los ciudadanos de buena fe pero igualmente las manipulaciones de los adivinos que esperan y anuncian –para deslegitimar las negociaciones y a los insurgentes– que las disidencias se van a dispersar en la naturaleza, mostrando su verdadero rostro de «criminales» o «narcos», hordas de ex guerrilleros.
Que sea en América central, en África o en otro lugar, una mirada retrospectiva muestra que al término de todo proceso de paz, una minoría de combatientes llamados a dejar las armas se niegan a hacerlo. En Colombia mismo ya se ha vivido esta situación: en 1982, mientras las FARC negociaban con el presidente Belisario Betancur, uno de sus comandantes, José Fedor Rey Álvarez, alias Javier Delgado, hizo defección y fundó el Frente Ricardo Franco. En 1990, el M-19 habiendo firmado la paz con el gobierno de Virgilio Barco, un reducido grupo creó el movimiento Jaime Bateman Cayón en los departamentos del Cauca y del Valle.

Al año siguiente, negándose a seguir las consignas de los dirigentes del Ejercito Popular de Liberación (EPL), una fracción se separó bajo el comando de Megateo (muerto después), estructura que hoy existe todavía en la región del Catatumbo. Se ha visto igualmente en los años 1990 un grupo salido del EPL colaborar con los paramilitares de las AUC en el Urabá. Se puede entonces pensar que algunos farianos puedan mañana hacer defección. La única pregunta que puede hacerse es: ¿cuántos?
Aquí comienzan, en el mejor de los casos, las especulaciones y en el peor la manipulación. Según InSight Crime, organización con sede en Medellín (financiada por la Open Society Foundations de Georges Soros), «por lo menos un 30% de los combatientes de las FARC optarán por ignorar un eventual acuerdo de paz con el fin de mantener sus lucrativas economías criminales como el narcotráfico y la extracción minera ilegal». Este cálculo alarmista, aunque sin ningún argumento, será retomado por los medios, lo que casi no hacen con el anuncio del lanzamiento el 10 de julio en Briceño, Antioquia, en virtud del acuerdo pasado en la mesa de negociaciones, del plan de sustitución voluntaria de cultivos ilícitos piloteado por las comunidades de la región, el gobierno y las FARC.


A nuestro regreso a Bogotá, descubrimos una serie de artículos de prensa [6] todos muy semejantes por lo demás, estipulando que entre los grupos susceptibles de separarse figuran los frentes 7, 16, 44 y …57, ¡el mismo de donde veníamos! En su obstinación que hierve de ganas, incontenible, de relanzar la guerra, el indefectible procurador general Alejandro Ordóñez, jugando con la emoción, afirmaba el 8 de julio que «más del 50% de miembros de las FARC no se desmovilizarán» y pedía al gobierno «reactivar inmediatamente las operaciones militares incluidos los bombardeos contra las fuerzas disidentes».

Que haya malestar en ciertas unidades no es un secreto. Algunas por razones poco válidas: la protección de un negocio. Otras consideran que en La Habana el secretariado se ha dejado comer crudo. ¿Pero se hace la revolución en una mesa de negociaciones cuándo la correlación de fuerzas no es favorable? En realidad, es sobre un punto más crucial en donde se concentra la crispación: la seguridad de los excombatientes.

Evocando el futuro, el joven Ramón, que confiesa no ser muy experto en política, reflexiona plegando los ojos: «Cuando seamos civiles, no sé si tendremos el mismo reglamento de ahora o si va a cambiar». Menos ingenuamente, una consigna se oye una y otra vez por los guerrilleros del Frente 57 que se preparan a dar el paso de la paz. «Me veo continuando la lucha contra la injusticia, confía Vanessa. Lo que deseo es ver el cambio por el que hemos luchado, por el que tantos camaradas han caído…».

Alexánder, que hace parte de los cuadros, maneja un discurso muy estructurado: «Como movimiento, no nos vamos a desintegrar. Vamos a dejar las armas por una acción puramente política, vamos a proceder por etapas, pero nadie se va a su casa». El comandante Pablo concluye: «La revolución no se ha hecho y no se hará por decreto. Habrá que trabajar con empeño para que los acuerdos se apliquen y sean respetados. El gobierno pensaba que en seis meses se iba a deshacer de nosotros y chao. Estos cuatro años de negociaciones han mostrado y demuestran que tenemos una propuesta y que sabemos lo que queremos: construir un país diferente, en democracia con equidad social para las grandes mayorías».

Vasto programa en una Colombia gobernada por neoliberales pura sangre que, con la paz o sin la paz, no están dispuestos a ceder en nada. Habiendo vivido en su mundo, en un ambiente a veces ganado, a veces en silencio sometido, todos los guerrilleros, valga señalarlo, no son conscientes del país que van a encontrar: van a tener que integrar una izquierda dispersa que ellos mismos dividen –considerados como intratables por muchos.

Aparte de la oligarquía enemiga, de la burguesía de los negocios, tendrán que hacer frente al odio, a la aversión de la sociedad urbana, de la clase media, de la gente común configurada por decenas de años de propaganda mediática, pero también por los propios errores cometidos, por exacciones pasadas. Tendrán que demostrar que más allá de las etiquetas, siempre han tenido una columna vertebral política. «No va a ser fácil, es complejo, difícil, es un desafío que tenemos», admite con lucidez el comandante Pablo. A sabiendas de que pesa una fuerte amenaza que nadie puede ignorar.
Desde mediados de los años 1990, los paramilitares han pretendido siempre ocupar ese territorio estratégico propicio a todos los tráficos que constituye el Chocó, en las puertas de la América central. Derrotados militarmente por las FARC, han logrado sin embargo generar una base social en ciertos lugares. Ahora vuelven masivamente.

Se sabe que están presentes en Vigía del Fuerte, están tranquilos, discretos, como en una especie de tregua tácita. Pero -¿Por cuánto tiempo? En Acandí, dos años después todavía se denuncia la presencia de hombres armados. En Riosucio de nuevo se asesinan civiles, ellos retoman la zona urbana y también los ríos. Les distribuyen armas en plena luz del día en los locales de un comercio situado a dos cuadras del puesto de policía. Numerosos enfrentamientos han tenido lugar con las fuerzas guerrilleras –el cese al fuego concierne solamente a los militares, no a los «paracos». Todas las semanas hay combates. Los medios de información guardan silencio, nadie sabe nada, el Estado no dice nada.

Ahora bien, es precisamente en Riosucio que tiene que instalarse el campamento destinado a la desmovilización del Frente 57. En nuestro campamento que no abriga mas de unos 15 combatientes, cuatro de ellos –Ariel, Claudia la enfermera, Andrés, Santiago– pasaron precisamente a la guerrilla para escapar de sus abusos. «Si no los erradican, reflexiona Alexánder con una mímica expresiva, no hay ninguna garantía ni para nosotros ni para los campesinos. Entonces estamos inquietos». Esta misma pregunta se plantea, para todos los guerrilleros, a nivel nacional. Muy legítimamente.

Traducido del francés por Manuel Salamanca Huertas
Publicado por Agencia Prensa Rural
[1] 1. La unidad de base de las FARC es la escuadra que se compone de 12 guerrilleros bajo las órdenes de un comandante. La guerrilla agrupa dos escuadras y sus comandantes o sea 26 combatientes. La compañía está conformada por dos guerrillas y sus jefes, en total: 64 combatientes. La columna cuenta con dos compañías más sus comandantes o sea 128 combatientes. El frente está compuesto de una o varias columnas, el bloque de cinco o seis frentes. Un secretariado lo comanda todo. Se agregan a esta estructura militar las milicias campesinas y urbanas.

[2] Leer Maurice Lemoine En las oscuras aguas del río. Ediciones Don Quichotte, París 2014

[3] A sabiendas de que la naturaleza pesa más que su entorno, después de la desmovilización, las combatientes de otras guerrillas que habían dejado las armas en Colombia: M-19, el movimiento Quintín Lame, o en América Central han tenido que luchar firmemente para no perder la representatividad adquirida en el frente y tener que volver al papel de ama de casa. Ellas informaron la condición de género que trabaja en La Habana considerando que más vale prevenir que curar.

[4] Leer «¿Quién tiene miedo de la verdad en Colombia?» Le Monde Diplomatique, décembre 2015.

[5] Mencionamos, claro está, este testimonio para poner en perspectiva la campaña que, basada en casos reales pero limitados, presenta a las FARC como una organización que practica sistemáticamente la violencia sexual y los abortos forzados. Si fuera así realmente no hubiera 35% de mujeres en sus filas.

[6] El País (Cali) y Semana, 7 de julio; El Heraldo, 8 de julio; El Universal (Cartagena) y El Colombiano, 9 de julio. Sin olvidar las cadenas de televisión Caracol, NTN24 y RCN (todos los días)

vendredi 6 mai 2016

Bolívar a caballo en París

El monumento de Simón Bolívar se encuentra desde 1979 en Cours La Reina de París.

La estatua de Bolívar es una de las tres réplicas que las naciones bolivarianas: Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia y Panamá ofrecieran en 1930 a la ciudad de París en conmemoración del centenario de la muerte del Libertador.

París es un verdadero museo al aire libre, un caminante puede encontrar en sus calles, plazoletas, parques y jardines públicos, unas mil estatuas, obra de más de 400 escultores entre ellos los más célebres de los últimos tres siglos.

El Cours La Reina, esa avenida sembrada de olmos rigurosamente alineados que bordea la orilla derecha del río Sena de la plaza de La Concordia a Los Inválidos, acoge las estatuas ecuestres de Albert 1 de Bélgica, del Marqués de La Fayette, y en el lugar donde se cruza con el puente Alejandro III, la del Libertador Simón Bolívar.

La estatua de Bolívar es una de las tres réplicas que las naciones bolivarianas: Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia y Panamá ofrecieran en 1930 a la ciudad de París en conmemoración del centenario de la muerte del Libertador.

La obra original ejecutada en 1909 por el escultor francés Emmanuel Frémiet (1824 – 1910) se levanta en Bogotá, en el monumento a Los Héroes, en el Paseo de los Libertadores al norte de la capital colombiana. Las otras dos réplicas se ubican en las ciudades de Barranquilla, en el Paseo de Bolívar y de La Paz, Bolivia, en el Paseo del Prado.

La escultura en bronce encomendada a Emmanuel Frémiet por la ciudad de Bogotá con motivo del primer centenario del grito de independencia, muestra a un Bolívar en uniforme militar montado en su caballo teniendo en la mano izquierda las riendas y en la derecha con el brazo levantado formando un ángulo de 45 grados la espada apuntando al horizonte, el caballo aparece sólidamente parado en sus cuatro patas. La estatua se levanta sobre un zócalo de granito rectangular a dos niveles alrededor una franja decorativa y en letras doradas grabados el nombre del Bolívar, su fecha de nacimiento y los nombres de los países bolivarianos.

Las estatuas han conocido, como suele ocurrir en la historia, mudanzas y momentos agitados. La estatua ecuestre de Bolívar en París fue instalada en 1933 en la Porte de Champerret, en la Plaza de América Latina. Durante la Segunda Guerra Mundial, bajo la ocupación nazi en el año 1941 un decreto del régimen de Vichy ordenaba la fundición de monumentos de carácter republicano y de esta manera poder recuperar el metal, la estatua fue retirada y destinada a la fundición de la cual por suerte se salvó. Después de la liberación de París queda un tiempo guardada en los depósitos de obras de arte de la ciudad.

En 1946 la estatua vuelve a encontrar su lugar inicial en la Puerta de Champerret. Finalmente en diciembre de 1979 por decisión del alcalde de París de la época, Jacques Chirac, la estatua es desplazada al Cours La Reina. Hoy en día este lugar es punto de encuentro de los latinoamericanos, franceses y gentes provenientes de todo el mundo que manifiestan su simpatía y reconocimiento al prócer latinoamericano.

El Bolívar ecuestre de Frémiet en Bogotá que hacía parte del conjunto escultórico del Centenario del Natalicio del Libertador en el Parque de la Independencia fue inaugurado en 1910 siendo desplazado para dar lugar a la construcción de la calle 26 en 1958. La escultura fue desmontada y guardada hasta 1963 año de la inauguración del monumento a los Héroes por el nada glorioso presidente de Colombia de la época Guillermo León Valencia, el mismo que ordenara la invasión de las regiones de Marquetalia, El Pato, Riochiquito y Guayabero en el marco del plan Laso elaborado por los Estados Unidos.

dimanche 23 mai 2010

Cortázar



Una mañana de febrero, clara e invernal, me dirigía al liceo donde trabajaba por aquel entonces, cuando, en la esquina del establecimiento, quedé sorprendido: la calle desbordaba de flores, como nunca la había visto… coronas y más coronas de flores. Pensé que algún personaje habría muerto. Seguí avanzando. Al llegar al callejón que daba acceso al liceo, quedé petrificado. Fue apenas un instante, el segundo donde no hay tiempo: una flechita de cartón pegada al muro señalaba "pour visiter Monsieur Julio Cortazar". Apenas pude creerlo. En el mismo edificio donde daba mis clases, allí, en otro piso de ese edificio había vivido, y hoy había muerto, Julio Cortázar. Quizá me habría cruzado con él más de una vez. Y, cosas de la vida, por esos días cargaba en mi bolso "El libro de Manuel". No sabría decir por qué senderos se fugó mi pensamiento. Sólo recuerdo que ese día, en mi clase, se leyó y comentó "El libro de Manuel".

Recuerdo, la vez que lo vi. Fue en una conferencia en la UNESCO. Era alto, extremadamente delgado y tenía una mirada penetrante pero sencilla y bondadosa. 

La obra de Cortázar nos acompaña, es infinita, es un instante apretujado en el metro parisino, es un amanecer que nos sorprende en el puente sobre el cementerio de Montmartre mirando pasar los transeúntes apresurados o indiferentes, es el bar de la esquina de la rue de Rennes cerca del teatro du Vieux-Colombier, o allí por Montparnasse, o en Saint Germain. Es, en cualquier forma, mucho más. Porque Julio Cortázar es, y será siempre, una extraña y profunda manera de estar vivo.