vendredi 21 octobre 2016

Bruno Muel : Los guerrilleros no tenían miedo

Entrevista con el cineasta francés Bruno Muel 
que filmó los bombardeos de Riochiquito en 1965



Bruno Muel
Manuel Salamanca Huertas
En septiembre de 1965, dos jóvenes cineastas franceses, Bruno Muel y Jean-Pierre Sergent llegaban a Colombia. Por ese entonces, ya hacía más de un año que el gobierno del Frente Nacional de Guillermo León Valencia había declarado la guerra a los campesinos de Marquetalia arremetiendo contra las “repúblicas independientes”, el Plan LASO (Latin American Security Operation) elaborado por Washington estaba en marcha, Riochiquito era la siguiente etapa. Los cineastas lograron penetrar en la zona de guerra, encontrar a los guerrilleros, filmar los bombardeos, la evacuación de los campesinos, grabar las imágenes de un conflicto armado que se prolongaría por más de medio siglo.
Bruno Muel acaba de publicar un libro, Les rushes de Bruno Muel (Las tomas de Bruno Muel), en el cual retraza su larga carrera, su compromiso, sus encuentros, y entrega parte de sus recuerdos del país de las mariposas amarillas.
En estos días en que en Colombia se abre una página de la historia, Bruno Muel nos ha concedido una entrevista.
—Bruno, en tu documental Las largas marchas dices: “en 1965 llegamos a Colombia con Jean-Pierre Sergent con el fin de filmar las guerrillas comunistas”. ¿Qué los motivó para venir a Colombia, un país tan lejano de Francia?
—En 1964 hubo en Francia una petición, firmada por personas como Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, que denunciaba el hecho de que en Colombia había una guerrilla y cuya existencia era negada, era ocultada por el gobierno colombiano. Esto nos motivó para ir al encuentro de gente que luchaba y fue así como tomamos contacto con miembros del Partido Comunista Colombiano, quienes organizaron todo muy bien para que pudiéramos llegar a Riochiquito. Primero dimos una vuelta por La Guajira, para despistar los servicios policiales. Acompañados por Nelson Robles, un abogado comunista ya fallecido. Era un tipo muy simpático y amable originario de La Guajira. Me acuerdo, tomé algunas imágenes, era como si hiciéramos un viaje turístico.
Después regresamos a Bogotá y una mañana nos encontramos con dos amigos colombianos que nos sirvieron de intérpretes, pues hablábamos muy poco español. Uno de ellos, Pepe Sánchez, que en ese entonces ya era un actor conocido. Recuerdo que nos habíamos detenido en un pueblito para comer algo y unos chicos lo reconocieron. Al otro compañero lo llamábamos Chiribico. Llegamos a un pueblo de cuyo nombre no me acuerdo. Allí vinieron a buscarnos. En unas mulas nos internamos en lo alto de la montaña, dimos con un puesto militar en donde declaramos ser etnomusicólogos que íbamos en busca de indios para grabar su música, los guardias estaban como medio dormidos y nos dejaron pasar sin mayor problema.
Mas adelante llegaron a nuestro encuentro unos jóvenes guerrilleros, uno de ellos era Hernando González. Inmediatamente fuimos acogidos como amigos, ellos eran más o menos de la misma edad que nosotros. Nos llevaron al puesto de comando que se encontraba oculto por unos árboles. Era un refugio muy rudimentario.
Allí encontramos a los dirigentes: Manuel Marulanda que era el jefe reconocido, un campesino, en general todos eran campesinos, era verdaderamente una guerrilla campesina, es importante recalcarlo. Había un aporte de la ciudad como Jacobo Arenas que había sido dirigente sindical petrolero, era como un comisario político, igualmente se encontraba Hernando González que era un estudiante comunista que estaba para hacer un trabajo de politización al lado de los jóvenes guerrilleros campesinos. Se encontraba también Ciro Castaño que en la entrevista dice tener 15 años de experiencia en la resistencia. Ellos insistían en que el Gobierno había llamado sus zonas “repúblicas independientes”, mientras ellos se consideraban organizados en autodefensas campesinas.
—¿Cuando llegaron a Colombia ya sabían de todo eso?
—No, muy poco. Fueron los guerrilleros los que nos explicaron todo eso. Entonces eran autodefensas que defendían a los campesinos. Estaban mezclados. Yo filmé cómo los guerrilleros cortaban la caña. Algo que me impresionó era la autoridad. Esa autoridad que no se siente, se notaba la disciplina pero no la autoridad, algo así como una cooptación natural. La autoridad de Manuel Marulanda era evidente.
—Algunos dicen que esa guerrilla del comienzo después perdió su ideal. ¿Qué piensas de esto?
—Marulanda dice en la entrevista que nos concedió, que el Gobierno los calumniaba permanentemente. En el camino de regreso uno de los guerrilleros que nos acompañaba nos contó que él había sido bandido, pero cuando se enroló en la guerrilla entendió que valía la pena organizarse. Tenía una escopeta y se sentía orgulloso de su escopeta. Decía, “da un solo tiro pero siempre es el bueno”. Se llamaba Martín.
—Decías que Marulanda era el jefe incontestable. Como persona, ¿qué impresión te dio?
—Era una persona sencilla, muy discreta. Nunca le oí un grito. Era un hombre macizo, que hablaba poco. Había algo que nos hacia reír. Él creía en los duendes. Su origen campesino se notaba ahí. Puede ser que no creyera totalmente pero estaba impregnado de sus orígenes. Eso se notaba y no le quitaba nada de la autoridad política que tenía sobre el conjunto. Recuerdo también a Ciro Castaño, era un verdadero guerrero.
Recordemos que estamos en el año 1965, un año antes los combatientes habían logrado escapar al cerco del Ejército en Marquetalia, donde hubo fuertes pérdidas de lado y lado. Riochiquito era la segunda zona de guerra. Yo estaba ahí.
—¿ Qué nos puedes contar de Riochiquito?
—Bueno, al principio pasamos unos días muy tranquilos. Pudimos filmar escenas de la vida cotidiana de los campesinos mezclados con los guerrilleros. Cocinando, haciendo el sancocho. Después vinieron los bombardeos. Los dirigentes sabían que iban a bombardear, por eso hicieron evacuar el pueblo. Los campesinos huían, los aviones sobrevolaban. Los guerrilleros no tenían miedo. Nosotros tampoco. Nos sentíamos protegidos. Al mismo tiempo que evacuábamos la zona nos íbamos internando en lo profundo de la selva, la situación se ponía más dura. Hacía más frío, más humedad, los campesinos sufrían, los niños, los ancianos. Después teníamos que salir con Jean-Pierre y nuestros dos amigos bogotanos, lo mismo que algunas mujeres y un anciano, de la zona de combate.
Empezó entonces una larga marcha con una pequeña columna de guerrilleros que abrían trocha con sus machetes, ellos conocían la zona. Caminábamos en condiciones difíciles, durmiendo en el suelo, tapándonos con unas dos o tres cobijas. Las noches eran frías. Al cabo de un mes salimos a un claro. Allí llegó un carro que nos llevó a Bogotá. Logramos contactar a la Embajada de Francia. Al día siguiente nos detuvieron separadamente. A mí me detienen al llegar a casa de un etnólogo donde nos quedábamos. Unos 10 hombres en un jeep bien armados vinieron para detenerme. Me llevaron a donde un general del Ejército que parecía que estaba como en una fiesta de militares, me miró, dijo algunas palabras, después me llevaron a un cuartel en el centro de Bogotá.
No me acuerdo bien, nos tuvieron detenidos unos 15 días en lugares separados. No nos podíamos ver. Nos hacían interrogatorios que duraban hasta tres horas. En cuanto a nuestro material, nos habíamos puesto de acuerdo con Jean-Pierre para decir que lo habíamos perdido. Que lo habíamos escondido al lado de un árbol pero que no sabíamos. Los guerrilleros nos habían recomendado dejarlo todo, la cámara, las cintas de lo que habíamos filmado. Es por eso que cuando nos detuvieron no teníamos nada o si no nos lo hubieran quitado. Finalmente salimos expulsados de Colombia. Fue ya en París, como tres meses después, que recibí una llamada de un tal Feliciano diciendo que tenía las cintas. Fui a la cita y, en efecto, tenia pequeñas bobinas cocidas al forro de la gabardina.
—¿Entonces en 1983 vuelves a Colombia?
—Sí, contacté a un militante del Partido Comunista Colombiano que me sirvió de intermediario. Él fue quien organizó todo. Después de la elección de Mitterrand a la Presidencia, en las cadenas publicas entran algunos conocidos. La cadena Uno, que todavía era del servicio público, financió Largas Marchas. Mi proyecto fue aceptado y así vuelvo a ver a mis amigos de la guerrilla.
—¿Era una necesidad, un deseo regresar a Colombia?
Bien, había varias cosas. Yo tenía un gran deseo de volver, ver lo que ocurría. Mientras tanto yo había sido operado de un cáncer y tenía serios problemas de salud. Era para mí como un desafío demostrar que todavía podía hacer eso, como para decirme que estaba curado. Entonces fuimos con un equipo de profesionales del INA (Instituto Nacional del Audiovisual).
En este viaje voy a encontrarme con algunos dirigentes de la guerrilla para filmarlos y que nos hablen de la situación.
—¿Con quién pudiste verte?
—El encuentro tuvo lugar por los lados del páramo, muy cerca de Bogotá. Vinieron Jacobo Arenas y Jaime Guaracas. Les dije que me gustaría volver a ver a Manuel Marulanda. Me dijeron que había por lo menos tres días de marcha. Como yo estaba con todo un equipo era complicado.
Antes de subir al páramo, pude entrevistar al presidente de la República Belisario Betancur. Me comentó que estaba en diálogos con las guerrillas para llegar a una ley de amnistía. Entonces le pregunté a Jaime y a Jacobo lo que pensaban de esa ley de amnistía. Ellos respondieron que había que ver, que por qué no. Pero lo que no podía saber fue lo que ocurrió después. En 1985 con la creación de la Unión Patriótica, la UP había logrado tener senadores y concejales, después les asesinaron tres mil, cuatro mil, no se cuántos.
Sobre este tema he leído El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, que no es un hombre de izquierda. El prefacio está escrito por Mario Vargas Llosa, que tampoco es de izquierda, pero el padre de Héctor Abad era un médico liberal muy comprometido con la defensa de los derechos humanos en Antioquia y escribía textos denunciando la violencia del Estado. Consideraba más cruel la violencia del Gobierno para mantener su dominación mientras que la guerrilla luchaba por un cambio de régimen. Pues bien, este señor fue asesinado cuando iba al entierro de un amigo, dirigente de un sindicato de maestros que había sido asesinado el día anterior. Era esa violencia que se había desencadenado, se estaba viviendo el comienzo del paramilitarismo, esto me impactaba.
En el documental Largas Marchas entrevisto a una pareja de campesinos que pude encontrar gracias al padre jesuita Javier Giraldo. A estos campesinos les asesinaron tres hijos adolescentes, que tocaban guitarra y cantaban en la noche. Unos hombres vinieron y los mataron fríamente, lo mismo que a otras personas que se encontraban con ellos. Los campesinos acusaban a los hombres del MAS (Muerte a los Secuestradores) de los asesinatos. Los asesinaron por ser de una comunidad cristiana, acusándolos de ser cómplices de la guerrilla.
—Ya hace mas de treinta años que estuviste en Colombia. ¿Te gustaría volver una vez más?
—Claro que sí. A los países en donde he estado, esos donde hubo esas guerras, esos campesinos que tuvieron que tomar las armas para defenderse. Eso lo conocí en Argelia prestando el servicio militar en 1956, tenía entonces 20 años, eso me impactó, me hizo reflexionar. Es desde ese entonces que construí mi vida de cineasta comprometido. Claro que me gustaría volver a Colombia, volver a ver a aquellos campesinos. Es cierto, ya no soy joven y muchos de ellos han muerto.
—¿Qué te gustaría decirle a los colombianos en estos momentos en que se ha llegado a un acuerdo de paz?
Me gustaría que los jóvenes guerrilleros logren con éxito entrar en contacto con la vida moderna. Me parece que no será fácil. Pero pienso que tal como los vi serán unos ciudadanos activos y útiles al país.

mardi 18 octobre 2016

Bruno Muel : Les guérrilléros n'avaient pas peur

Entretien avec le cinéaste français 
qui a filmé les bombardements de Riochiquito en 1965 

Bruno Muel

Septembre 1965, deux jeunes cinéastes français, Bruno Muel et Jean-Pierre Sergent arrivent en Colombie. Depuis plus d'un an déjà, le gouvernement du Front National de Guillermo León Valencia avait déclaré la guerre aux paysans de Marquetalia en se déchainant contre les "républiques indépendantes", le plan LASO (Latin American Security Operation) était en marche, Riochiquito représentait l'étape suivante. Les cinéastes réussirent à pénétrer dans la zone de guerre, à rencontrer les guérilléros, à filmer les bombardements, l'évacuation des paysans, à enregistrer les images d'un conflit armé qui se prolongerait pendant plus d'un demi siècle. 
Alors que ces jours derniers, une nouvelle page de l'histoire est en train de s'ouvrir, Bruno Muel nous a accordé un entretien.

Par Manuel Salamanca Huertas
Paris, 14 octobre 2016

— Bruno, dans ton documentaire Les longues marches, tu expliques : "En 1965, nous sommes allés en Colombie avec Jean-Pierre Sergent pour filmer les guérillas communistes". Qu'est-ce qui vous avait motivés pour aller en Colombie, un pays aussi éloigné de la France ?
En 1964, en France, il y a eu une pétition signée par des personnes comme Jean-Paul Sartre et Simone de Beauvoir, qui dénonçait le fait qu'en Colombie, il y avait une guérilla dont l'existence était niée, cachée par le gouvernement colombien. Cela nous a motivés pour aller à la rencontre de gens qui luttaient, et c'est ainsi que nous avons pris contact avec des membres du Parti Communiste Colombien, qui avaient tout très bien organisé pour que nous puissions arriver à Riochiquito. D'abord, nous avons fait un tour par la Guajira, pour déjouer les services de police, accompagnés par Nelson Robles, un avocat qui est maintenant décédé. C'était un type très sympatique et aimable, originaire de la Guajira. Je me souviens que j'avais pris quelques images, c'était comme si nous faisions un voyage touristique.
Après, nous sommes retournés à Bogotá et un matin, nous avons rencontré deux amis colombiens qui ont été nos interprètes, car nous parlions très peu l'espagnol. L'un d'eux, Pepe Sánchez, était déjà un acteur connu à l'époque. Je me souviens que nous nous étions arrêtés dans un petit village pour manger quelque chose et des enfants l'avaient reconnu. L'autre copain, on l'appelait Chiribico. Nous sommes arrivés à un bourg dont je ne me souviens plus le nom. C'est là qu'ils sont venus nous chercher. A dos de mules, nous nous sommes dirigés vers le haut de la montagne, en croisant un poste de l'armée, nous avons déclaré que nous étions des ethnomusicologues et que nous cherchions des indiens pour enregistrer leur musique, les gardiens étaient à moitié endormis et ils nous ont laissé passé sans difficulté.
Plus loin, des jeunes guérrilléros sont venus à notre rencontre, l'un d'eux était Hernando González. Nous avons immédiatement été accueillis comme des amis, ils avaient plus ou moins le même âge que nous. Ils nous ont emmenés au poste de commandement qui était caché entre les arbres. C'était un refuge très rudimentaire.
C'est là que nous avons rencontré les dirigeants : Manuel Marulanda, qui était le chef reconnu, un paysan, en général tous étaient paysans, c'était vraiment une guérrilla paysane. C'est important de le souligner. Il y avait un apport de la ville comme Jacobo Arenas qui avait été dirigeant syndical dans le secteur pétrolier, c'était comme un commissaire politique. Il y avait aussi Hernando González, qui était un étudiant communiste et qui était là pour faire un travail de politisation à côté des jeunes guérrilléros paysans. Nous avons rencontré aussi Ciro Castaño, qui dans l'interview, dit avoir 15 ans d'expérience dans la résistance. Ils insistaient sur le fait que le Gouvernement appelait leurs zones des "républiques indépendantes", alors que eux considéraient qu'ils étaient organisés en autodéfenses paysannes.

— Quand vous êtes arrivés en Colombie, vous saviez déjà tout ça ?
Non, ce sont les guérrilléros qui nous ont expliqué tout ça. Et donc, c'était des autodéfenses qui défendaient les paysans. Ils étaient mélangés. J'ai filmé comment les guérrilléros coupaient la canne à sucre. Quelque chose qui m'avait impressionné, c'était l'autorité. Cette autorité que l'on ne sent pas, on notait la discipline mais pas l'autorité, c'était quelque chose comme une cooptation naturelle. L'autorité de Manuel Marulanda était évidente.

— Certains disent que cette guérrilla du début, a ensuite perdu son idéal. Qu'en penses-tu ?
Dans l'entretien qu'il nous a accordé, Marulanda dit que le Gouvernement les calomniait constamment. Pendant le chemin du retour, un des guérrilléros qui nous accompagnait nous a raconté que lui avait été bandit, mais que quand il s'était engagé dans la guérrilla, il avait compris que ça valait le coup de s'organiser. Il avait un fusil et il était fier de son fusil. Il disait : "Ca fait un seul tir, mais c'est toujours le bon". Il s'appelait Martin.

— Tu disais que Marulanda était le chef incontesté. Comme personne, quelle impression t'a-t-il fait ?
C'était une personne simple, très discrète. Je ne l'ai jamais entendu crier. C'était un homme robuste, qui parlait peu. Il y avait quelque chose qui nous faisait rire. Il croyait aux lutins. C'est là qu'on notait son origine paysanne et cela n'enlevait rien de son autorité politique. Je me souviens aussi de Ciro Castaño, c'était un vrai guerrier.
Rappelons-nous que c'était en 1965, un an auparavant, les combattants avaient réussi à échapper au siège de l'armée à Marquetalia, où il y avait eu de grosses pertes d'un côté et de l'autre. Riochiquito était la deuxième zone de guerre. C'est là que j'étais.

— Que peux-tu nous raconter de Riochiquito ?
Eh bien, au début nous avons passé des jours très tranquilles. Nous avons pu filmer des scènes de la vie quotidienne des paysans mêlés aux guérrilléros, cuisinant, préparant la soupe. Après sont venus les bombardements. Les dirigeants savaient qu'ils allaient bombarder, c'est pour cette raison qu'ils avaient fait évacuer le village. Les paysans fuyaient, les avions volaient. Les guérrilléros n'avaient pas peur. Nous non plus. Nous nous sentions protégés. Alors que nous évacuions la zone, nous pénétrions plus profondément dans la selva, la situation devenait plus difficile. Il faisait plus froid, il y avait plus d'humidité, les paysans souffraient, les enfants, les vieillards. Ensuite, nous avons du quitter la zone de combat avec Jean-Pierre et nos deux amis de Bogotá, quelques femmes et un vieillard.
Une longue marche a alors commencé avec une petite colonne de guérrilléros qui ouvraient le chemin avec leurs machettes, eux connaissaient la zone. Nous marchions dans des conditions difficiles, en dormant sur le sol, en nous couvrant avec deux ou trois couvertures. Les nuits étaient froides. Au bout d'un mois, nous sommes arrivés dans une clairière. C'est là qu'une voiture est arrivée, qui nous a emmenés à Bogotá. Nous avons réussi à contacter l'Ambassade de France. Le jour suivant, nous avons été détenus séparément. Moi, ils m'ont pris en arrivant à la maison d'un ethnologue où nous étions hébergés. Quelques 10 hommes bien armés, avec une jeep, sont venus pour m'arrêter. Ils m'ont emmené là où un général de l'Armée semblait dans une fête avec des militaires, il m'a regardé, a dit quelques mots, puis ils m'ont emprisonné dans un cuartel au centre de Bogotá.
Je ne me souviens pas bien, ils nous ont emprisonnés 15 jours environ, dans des lieux séparés. Nous ne pouvions pas nous voir. Ils nous faisaient des interrogatoires qui duraient jusqu'à trois heures. En ce qui concerne notre matériel, nous nous étions mis d'accord avec Jean-Pierre pour dire que nous l'avions perdu. Que nous l'avions caché à côté d'un arbre mais que nous ne savions pas où. Les guérrilléros nous avaient recommandé de tout leur laisser, la caméra, les bandes que nous avions filmé. C'est pourquoi, quand ils nous ont arrêté, nous n'avions rien. Et sinon, ils nous auraient tout pris. Finalement, nous avons été expulsés de Colombie. C'est une fois à Paris, trois mois plus tard environ, que j'ai reçu un appel d'un certain Feliciano qui disait qu'il avait les bandes. Je suis allé au rendez-vous, et en effet, il avait des petits bobines cousus dans la doublure de sa gabardine.

— Et donc, en 1983, tu retournes en Colombie ?
J'ai contacté un militant du Parti Communiste Colombien qui m'a servi d'intermédiaire. Il a tout organisé. Après l'élection de Mitterrand à la Présidence, des gens que je connaissais sont entrés dans les chaînes publiques. La première chaine, qui était encore du service public, a financé les Longues Marches. Mon projet a été accepté et ainsi, je suis retourné voir mes amis de la guérrilla.

— Revenir en Colombie, c'était une nécessité, un désir ?
—  Eh bien, il y avait plusieurs choses. J'avais un grand désir de revenir, de voir ce qui se passait. En même temps, j'avais été opéré d'un cancer et j'avais des gros problèmes de santé. Pour moi, c'était comme un défi de démontrer que je pouvais encore faire ça, c'était comme une façon de me dire que j'étais guéri. Alors nous y sommes allés avec une équipe de professionnels de l'INA (Institut National de l'Audiovisuel). Pendant ce voyage, j'ai rencontré certains dirigeants de la guérrilla pour les filmer et qu'ils nous parlent de la situation.

— Qui as-tu pu voir ?
La rencontre a eu lieu vers le haut-plateau (le páramo), tout près de Bogotá. Jacobo Arenas et Jaime Guaracas sont venus. Je leur ai dit que j'aimerais bien revoir Manuel Marulanda mais ils m'ont répondu qu'il y avait au moins trois jours de marche, comme j'étais avec toute une équipe, c'était compliqué.
Avant de monter au Páramo, j'avais pu avoir un entretien avec Belisario Betancur, le président de la République. Il m'a commenté qu'il établissait des dialogues avec les guérrillas pour arriver à une loi d'amnistie. Alors j'ai demandé à Jaime et à Jacobo de qu'ils pensaient de cette loi d'amnistie. Ils répondirent qu'il fallait voir, que pourquoi pas. Mais ce que je ne pouvais pas savoir, c'est ce qui est arrivé ensuite. En 1985 avec la création de l'Union Patriotique, la UP a réussi à avoir des sénateurs et des élus et ils les ont assassinés, trois mille, quatre mille, je ne sais combien.
A ce propos, j'ai lu L'oubli que nous serons de Héctor Abad Faciolince, qui n'est pas un homme de gauche. La préface est écrite par Mario Vargas Llosa, qui n'est pas non plus de gauche, mais le père de Héctor Abad était une médecin libéral très engagé dans la défense des droits humains dans le département d'Antioquia, et il écrivait des textes qui dénonçait la violence de l'Etat. Il considérait plus cruelle la violence du Gouvernement pour maintenir sa domination que celle de la guérrilla qui luttait pour un changement de régime. Et bien, ce monsieur a été assassiné alors qu'il allait à l'enterrement d'un ami, dirigeant d'un syndicat enseignant, qui avait été assassiné le jour antérieur. C'était cette violence qui s'était déchainée, on vivait le début du para militarisme, tout cela m'impactait.
Dans le documentaire Longues Marches, j'interviewe un couple de paysans que j'ai pu rencontrer grâce au père jésuite Javier Giraldo. On a assassiné à ces paysans trois fils adolescents, qui jouaient de la guitare et chantaient dans la nuit. Des hommes sont arrivés et ils les ont tué froidement, comme ils ont tué les autres personnes qui se trouvaient avec eux. Les paysans accusaient les hommes du MAS (Mort aux Kidnappeurs) d'avoir perpétré les assassinats. Ils les ont assassinés parce qu'ils étaient d'une communauté chrétienne, en les accusant d'être des complices de la guérrilla.

— Ca fait plus de trente ans que tu es allé en Colombie. Tu aimerais y retourner une fois de plus ?
Bien sur que oui. Dans les pays où je suis allé, ceux où il y a eu ces guerres, ces paysans qui ont pris les armes pour se défendre. Ca, je l'avais connu en Algérie pendant mon service militaire en 1956, j'avais 20 ans, et ça m'a impacté, ça m'a fait réfléchir. C'est à partir de ce moment-là que j'ai construit ma vie de cinéaste engagé. Bien sur que j'aimerais retourner en Colombie, revoir ces paysans. Enfin, je ne suis plus jeune et beaucoup d'entre eux sont morts.

— Que souhaiterais-tu dire aux colombiens alors que l'on est arrivé à un accord de paix?
J'aimerais que les jeunes guérrilléros réussissent à entrer en contact avec la vie moderne. Il me semble que cela ne sera pas facile. Mais je pense que, tels que je les ai vus, ils seront des citoyens actifs et utiles pour le pays.

Publié dans le Semanario VOZ